viernes, 22 de junio de 2018

¡Hola, Solsticio de verano!


Este almuerzo debió ser ayer que era el día del Solsticio de verano, pero por un desperfecto técnico (me quedé sin plata y no había manera de transferir) tuvo que ser pospuesto.  A veces, las cosas no salen a la primera porque no ha llegado el momento preciso.

Bueno, volviendo al relato. Quería celebrar el solsticio de verano; darle la bienvenida a la luz, a la brisa y a esa modorra sabrosa que traen los días de junio, julio, agosto y septiembre y que es producto de los años de colegio cuando en lo que empezaba el verano, se acaban las obligaciones y se tenía todo el tiempo del mundo para jugar, investigar y divertirse.  Crecí en una época donde los padres no se sentían en la obligación de mandarlo a uno para un campamento de verano, sino que se contentaban con que estuviese en casa, inventando travesuras.

Para la ocasión, quería almorzar en el jardín, pero ¡mi jardín da lástima!  Gracias al jardinero que acabó con la grama, el patio es una gran extensión de tierra con unos cuantos mangos en el suelo y algunas hojas por aquí y por allá.  Sin embargo, viéndolo con ojo de director cinematográfico que quiere mostrar algo que no es más que cartón piedra, me fijé que debajo del tamarindo había una locación ideal.  Con la paciencia del Santo Job, mudé una mesita redonda de la sala y una silla del comedor debajo del tamarindo.  Se veía romántico y a la vez extraño; normalmente uno no se encuentra mesas y sillas de caoba en mitad de un tierrero, debajo de un árbol, pero los romances son así: extraños e inesperados.  Procedí entonces a cortar unas flores rojas porque le estaba dando la bienvenida al verano con toda su pasión y las metí en un vaso de cristal que me encontré curucuteando entre viejos regalos de matrimonio.

El "set" para el almuerzo con la asistente de cámara verificando todo.


Preparé el ágape: pizza y una bebida que combina jugo de durazno y té de flor de Jamaica con un poquito de té verde y limón.  En realidad, los colores también son significativos porque son amarillos, rojos y naranjas, los colores del verano.  Adorné un vaso con corazones rojos con una rodaja de limón, lo llené hasta el tope de hielo y serví el combinado, mientras se horneaba la pizza.  Igual que en el post anterior incluyo la receta porque es facilísima y no tiene nada que envidiar a las pizzas compradas.  De postre: gelatina “para las uñas y el pelo”, como decía mi mamá.
Los ingredientes
Lista para ir al horno















La mesa servida y la asistente de cámara asegurándose que todo estuviera bien dispuesto



Llevé todo a mi set improvisado de cine y ¡a comer!, no sin antes agradecer por el festín y todas las maravillas que me rodean.  Mientras almorzaba me fijé que el jazmín de la india que mi mamá sembró alrededor de todo el jardín está florecido, lo que le brindó al aire fresco un rico olor a jazmín (a mí me produce una alergia atroz, pero igual huele rico).  
A veces estamos tan obnubilados por los problemas que no vemos bien lo que nos rodea y que puede ser muy hermoso.

Los jazmines en flor


La receta de la pizza:
Para la salsa:
Un tomate, una cebolla muy pequeñita, 1 cucharadita de azúcar y una pizca de sal
Para la cubierta de queso:
Queso mozzarella de búfala, una cucharada grande de parmesano y orégano al gusto.
Pan de pita.
Hornear a 450°F durante seis minutos y medio.
Tip:
Generalmente, compro unos cuantos tomates y los licúo con la cebolla y los aderezos, meto la salsa en una bolsita plástica y la congelo.  Así tengo salsa de pizza o de tomate para cuando me provoque.
Tip2:
Compro unas tres bolitas de mozzarella, las corto en cuadritos, las mezclo con el parmesano y el orégano, e, igualmente, lo embolso y lo congelo.

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